domingo, 6 de junio de 2010

PARA DONDE PUEDE/DEBE IR LA COMUNICACIÓN


Este texto mas que una ponencia, es un punteo de abordajes posibles en torno a cuales serían las sensibilidades actuales por donde podrían/deberían ir los estudios de la comunicación, sin ser exhaustivos, se han recogido diferentes inquietudes que giran alrededor de las necesidades educativas de los estudiantes y algunos aportes de cosecha propia. Al escrito se lo ha dividido en partes:


I.- Comunicarse como un acto político.

II.- Interrelación y correspondencia simbólica.

III.- Promiscuidad-interdisciplinareidad

IV.- Bastardía

V.- Conocimiento y rupturas generacionales

VI.- Observar-nos

VII.- Encontrar-se (desde los estudiantes)


I.

La necesidad de comprender la comunicación de manera política y en sentido semiótico, es decir, la palabra funda para interpretar la naturaleza, intelegir lo desconocido y a su vez darse a entender con otros de la misma especie; la palabra crea realidad y dota de sentidos a las tinieblas: nos vuelve animales simbólicos en el sentido de Cassirer.


Pero las palabras han perdido su peso significacional para pasar a ser mera referencialidad, sin relación alguna con lo que se evoca, intercambiabilidad y equivalencia pura: mercancía del signo, nulodimensionalidad de la imagen.


Recuperar la politicidad de la palabra, en tanto ética académica se vuelve necesario para poder otorgar un peso a lo que decimos, una consecuencia entre lo que hablamos y lo que obramos… pueden hacerse muchas y buenas propuestas, pero, estimo que sin este punto de partida básico es poco lo que se puede hacer en tanto formadores.


II.

A manera de colofón y enlazando con lo anterior también nos atrevemos a decir que la ventaja/diferencia de vivir en estas latitudes es que la palabra no se fundó para asesinar la naturaleza (para epistemidizarla) sino para ser correspondiente con ella y entenderla como un sujeto más, recuperar ese sentido crítico del símbolo en tanto sentido político y a su vez mantener esa práctica de respecto/correspondencia para con la naturaleza.


Ese podría ser el carácter que pueden adquirir muchos comunicadores sociales cuando se vinculan con las comunidades (urbanas, rurales) comunicar pero no para dominar/hacer consumir al otro, sino para desenterrar las memorias no oficiales, las prácticas de resistencia que se siguen oponiendo a la descartable no-memoria del consumo. Recuperar la politicidad de la palabra en el sentido de refundar lo social, aprendiendo nosotros a su vez de los movimientos indígenas y populares de todo el continente que más que enseñarles algo debemos escucharles. Como diría Boaventura de Souza: son tan salvajes que son los únicos que han podido convivir con el ecosistema respetándolo.


III.

Lo anterior nos lleva a pensar que él pretender construir modelos puros en estas regiones es sencillamente jocoso, las condiciones tercermundistas han hecho que la misma práctica de supervivencia nos obligue a tomar cosas de aquí y de allá, la realidad nos ha obligado a recoger de todo un poco y a construir novedades donde antes había deshechos. Las ciencias sociales no han sido la excepción, la forma en como se ha venido construyendo conocimiento en este continente ha sido precaria, pero no por eso menos valida, promiscua pero no por eso, menos crítica.


La comunicación no es una ciencia, por suerte, es una disciplina y esta a su vez opera con técnicas. Lastimosamente para muchos este descentramiento de la comunicación no es entendida como una posibilidad sino como un problema, la comunicación es rizomática se vale de todo para seguir proliferando.


La interdisciplinaridad es una necesidad mas que una innovación metodológica en la comunicación y es una constante que se viene dando desde hace rato (el préstamo permanente de metodologías de otras disciplinas) la promiscuidad metodológica ha sido la regla en estos sectores del mundo.


IV.

Por el mismo hecho de ser promiscua ha engendrado una disciplina bastarda, la comunicación mas que ninguna otra lo es, pues habiendo tomado formas metodológicas de muchas partes viene creando en el camino otras nuevas, para nada puras, sino mas bien híbridas, barrocas, cholas; que permiten abordar de una mejor manera los objetos de estudio. Pretender recalcar en la pureza de las disciplinas es ponerle un muro a la generación de pensamiento.


La bastardía de Santiago Páez o lo cyborg de Donna Haraway como crías ilegítimas de la sociedad dominante vuelven obligatorio pensar en caminos que validen estas formas de expresión del pensamiento largamente postergadas y que nos han hecho creer que nos falta identidad (sea lo que sea que esto signifique) apostarle a algo que se le podría llamar teorías epistemicidas cholas, que transtornan y hacen mutar al canon hegemónico.


La identidad de los que dicen que no la tenemos. No es que no la hay sino que se pone en vilo el concepto mismo de ésta, porque no está adecuada al modelo de lo que deberíamos ser pero que además nunca seremos: blancos. Por una parte es preferible decir no tenerla por efecto de negación, o sea es mejor afirmar que no existe o que es escasa, o que no está consolidada para no aceptar la influencia indígena en las prácticas, estéticas y escritos, se narra una nación aparentemente vacía de tradición porque nos aqueja un sentido de culpa al saber que no podemos ser blancos pero tampoco aceptamos ser indios. Es una identidad mestiza pro aristocratizante intelectual que no se encuentra identificada en lo que pasa en la calle.


Interrogarse acerca de esto y trabajar en lo popular, pero no como algo quieto o folklórico sino como aquello que vivimos cotidianamente: todo el tiempo nos encontramos con que la gente no encuentra problemas de investigación, cuando estos mas bien nos rebasan, pero nos empeñamos en buscar en otra parte porque creemos que lo que vivimos no es digno de ser tematizado, cuando mas bien nos contiene.


V.

El problema generacional hace que desde la gnoseología del conocimiento muchos pensadores de la comunicación (y de cualquier otra cosa) sencillamente -una buena parte- descalifiquen todo lo que viene ocurriendo con la tecnología y que se desestimen todas esas prácticas en las cuales están inmersas una gran porción de la población menor de 30 años, aduciendo que se rompe el vínculo persona-persona, que se pierde el contacto, que ya no es lo mismo, etc. Pero todo esto traducido a “términos académicos”.


Atreviéndonos más bien a afirmar que independientemente de la época en que se viva esto va a ser una constante, y que siempre se confunden los inentendimientos generacionales con supuestas categorías de intraducibilidad y de invalidez adultocéntrica, alegando que se ha perdido algo. Cuando mas bien se retraducen esos vínculos a otros que simplemente no queremos entender o por la incapacidad de actualizarnos ya no entendemos. El individuo en la red opera metamorfoseándose todo el tiempo, convirtiéndose en su alter ego, en su avatar con identidades múltiples.


La importancia de generar estudios visuales (Internet, videojuegos, videoclips, mangas, dibujos animados, el youtube, el facebook, comics, etc, etc.) intentando entender lo que viene ocurriendo y captando las sensibilidades de las nuevas generaciones hace que como pensadores de lo comunicacional debamos reactualizarnos permanentemente y que tengamos que intentar entender lo que viene, no precisamente esquematizarlos en lo que creemos que es lo que existe.


Estas prácticas operan de manera glocal, es decir, globalmente pero permanentemente se retraducen a las localidades desde donde son recibidas y emitidas. El estudio del impacto de las nuevas tecnologías se vuelve una necesidad tanto teórica como práctica, pero sobre todo habría que ir hacia una implementación real en las carreras, dotando de equipos, incorporando y actualizándose los docentes en estos temas.


VI.

Con lo expuesto en III, IV y V podríamos decir que hace falta investigación y mucha, pero centrándonos más en el proceso que en el producto, prestando atención a lo dicho en I y en II, es decir en la ética y en las formas de abordaje del proceso investigativo. Hace falta salir a la calle/meternos a la web y observar lo que ocurre a nuestro alrededor, dotarnos de herramientas críticas y sacar el sentido común de en medio, en nuestras formas de aprehensión del conocimiento.


Sumando a lo anterior y vinculándonos con el resto de tendencias al interior de las ciencias sociales, en las áreas de estudios específicos-localizados, sin desprendernos de lo que nos compete: la comunicación. Observar como se vienen produciendo desde diferentes soportes narrativos (prensa, radio, televisión, etc.) distintos discursos naturalizadores de prácticas de dominación que aparecen como normales y que representan aquello en lo que estamos inmersos cotidianamente.


Propiciar observatorios de medios como parte de la malla, donde se puedan articular los estudios de género, raza, discriminación étnica, opción sexual, etc. se vuelven urgentes para complementar aquello que queremos entender como prácticas comunicativas.


VII.

Y por último, la necesidad de generar encuentros interfacultades, desde, con y para los estudiantes, donde los escritos aquí generados sean una especie de fogueo, intentando además propiciar desde sus aptitudes y limitaciones: pensamiento. Si ya a los profesores los escuchamos todo el año, ir además a oírles en espacios extra, como este; es un acto de masoquismo mutuo. Lanzarse a perder, equivocarse, es parte de la construcción del conocimiento, que además estemos profes tutelándolos, vigilando que lo hagan, es prolongar el adultocentrismo de manera agónica e interminable.

Quito, junio 2010.

sábado, 15 de mayo de 2010

Diferencias de llegada en el discurso de Rafael Correa.

Henrry Allán

Carlos Celi



Parecería que durante algún tiempo estaremos condenados a hablar siempre excesivamente de lo real. Es indudable que el ideologismo, y su contrario aún son conductas mágicas, aterrorizadas, ciegas y fascinadas frente al desgarramiento del mundo social. Y a pesar de todo, nuestra búsqueda debe estar encaminada a lograr una reconciliación de lo real y los hombres, de la descripción y la explicación, del objeto y del saber.
Roland Barthes: Mitologías


La supuesta “crisis” de la representación en la cual vivimos y que ya cumplió 53 años, desde que Roland Barthes anunció en su conocido texto de las mitologías el secuestro de la palabra por parte de la burguesía y de los mitólogos (comentaristas de televisión) como amplificadores y naturalizadores de un estilo de vida que se concretiza en las publicidades televisivas; nos hace sospechar que esta dichosa crisis ha dejado de serlo para convertirse en parte constitutiva de nuestras realidades.


En este sentido lo que ocurre con la representación política -gobernantes elegidos por vía democrática por una población que está representada por estos- no es la excepción; al igual que el agotamiento de la representación entre las cosas y las palabras, este otro agotamiento entre la población y sus gobernantes se evidencia en el limitado margen de interés que se tiene por la política o su reducción a un mero trámite necesario para ejercer la ciudadanía, es decir al igual que las palabras, confinadas a un mero ejercicio relacional e informacional, el voto se habría convertido en algo que debes hacer.


Por tanto hacer un análisis del discurso que evidencie las diferencias entre lo que se dice y lo que se hace resulta un tanto estéril, pues sería una práctica que rebasa la actuación de un gobernante y se encuentra distribuida en prácticamente todos nosotros. Este no es un problema de Quien lo dice sino mas bien de aquello Que se dice tiene distintas repercusiones y maneras de llegada dependiendo desde Donde lo hagas; dichos discursos a su vez tienen diferentes formas de concretizarse con respecto de las realidades en donde se amplifican.


En el caso concreto de Rafael Correa, las percepciones que se tienen de su gobierno dependen de la región desde donde se hagan estas lecturas. Así, para una parte importante de la población costeña, el gobierno de la Revolución Ciudadana aparece como un régimen comunista que atenta contra todo tipo de libertades; mientras que para un importante sector de la población serrana, el gobierno de Correa es visto como un régimen anti-oligárquico que esta dejando a tras la “triste y larga noche neoliberal”. Por ello no es casual que el apoyo al gobierno de Correa sea mayoritario en la Sierra, mientras que en la Costa la adhesión disminuye.


Esta materialidad de recepción discursiva obedece a una lógica de construcción de realidad anclada a las condiciones socio-económicas e históricas de las poblaciones en concreto, por eso pretender que el discurso de Rafael Correa -en este caso- significa o tiene una misma forma de ser receptado en el país -e incluso afuera- no da cuenta de la complejidad y diferencialidad en la cual se vive la cultura política ecuatoriana.


Na[rra]ción…


De la colonia en adelante la historia del Ecuador no ha podido ser contada desde una voz monológica/monotópica, es decir, desde una narración matricial que de cuenta de la nación ecuatoriana y cuando se lo ha querido hacer siempre se ha tropezado con que los lugares de enunciación desde donde se narran lo hechos solamente miran con los ojos del centro, ya sea desde una lectura europea, desde Quito y o de Guayaquil. Estos ojos-ejes de mirada muy pocas veces se han puesto de acuerdo en la univocidad interpretativa, y otras muchas, han estado en franco desacuerdo.


Se puede en el mejor de los casos hablar de regiones y de una construcción discursiva diferenciada regionalmente; la costa y la sierra[1], específicamente sus élites, las mismas que han marcado históricamente sus distancias a partir de los distintos modelos de acumulación operados desde la colonia. Quito aparecía concentrando los poderes políticos, militares y religiosos; y por su parte, Guayaquil aglutinando el poder económico basado en su condición de puerto; ello generó pugnas históricas por el control del país, las cuales muchas veces desembocaron en guerras civiles y en escenarios de supuesta ingobernabilidad, terminando la mayoría de veces en alianzas estratégicas, en pactos oligárquicos y en pactos de la regalada gana que hasta hoy se reencauchan con otros actores políticos y económicos.


Si a esto le sumamos las diferencias climáticas y topográficas, quienes contribuyeron a ensanchar la idea de que somos muy distintos, una especie de esencias estereotipadas que hablan del “ser” serrano y del “ser” costeño. Con esto quisiéramos recalcar de nuevo la idea de que son las élites quienes construyeron esa suerte de abismo ontológico regional, pues si nos ponemos a analizar las corrientes migratorias internas podemos observar en cambio un espacio geográfico que desde antes de la colonia -y por distintos motivos- se ha desplazado hacia todos los puntos cardinales posibles de lo hoy conocido como Ecuador.


Estaríamos hablando entonces de una ficción de lo regional, por lo menos en lo que a la gran mayoría de la población se refiere, pero debido a la abrumadora distancia generada desde la colonia hasta hoy, nos encontramos con que el regionalismo opera de manera excluyente y estratégica, volviéndose real, por así decirlo, en la representación de la cotidianidad nacional y en la constatación de que ha sido una nación narrada desde las élites ya sean académicas, económicas o políticas.


En este sentido…


Hablar del discurso de Rafael Correa en clave nacional es algo iluso, aunque a partir de sus cadenas sabatinas y de su consabido slogan de barricada “la patria ya es de todos” intente fabricar una conciencia nacional que no llega a todas las regiones de la misma manera debido a las diferencias infraestructurales, de cultura política y al ejercicio disímil de la cotidianidad que se tiene en el Ecuador.


La expansión de las relaciones sociales capitalistas en la Costa -sobre todo a través del pago de salarios-, configuraron en la región una sociedad mucho más liberal que la atávica Sierra, donde las relaciones entre las elites y los estratos populares estaban mediadas por formas precapitalistas.


Esta temprana expansión del capitalismo en la Costa provocó también el aparecimiento de una incipiente clase obrera, la formación de los primeros sindicatos, el surgimiento de sectores medios, de vanguardias literarias y políticas, entre otras, lo que configuró a la Costa como una región progresista y de avanzada; mientras que en la Sierra el atavismo de los sectores terrateniente seguía siendo poderoso


En la actualidad, a pesar que a Quito se la sigue vinculando con un pensamiento conservador y a Guayaquil con un pensamiento liberal, se trata de proliferaciones discursivas -arraigadas en los sentidos comunes- que al parecer no tienen ningún asidero.


A partir de los años sesenta y sobre todo setenta -gracias a los recursos del petróleo-, la Sierra experimenta un intenso proceso de modernización social, ello se expresó en el fin de las relaciones precapitalistas en el agro, la virtual desaparición de la hacienda y su trilogía de poder (patrón-cura-teniente político), el surgimiento de una intelectualidad vinculada a la universidad pública y sobre todo un cambio progresivo en la mentalidad de sus pobladores -gracias también al incremento de las comunicaciones y el turismo-. Si a esto lo ligamos con un mejor manejo del gasto público, producto de las presiones de sus habitantes[2], tenemos que a la larga esto configuró en la sierra una forma de entender y ejercer la política de manera muy distinta que en la costa.


Esto además se expresaría -entre otros factores- en la existencia de una intelectualidad crítica vinculada a la vida universitaria (pregrado/posgrado), un sinnúmero de ONG´s de muy diverso cuño que es en donde se ha concentrado la producción académica, una serie de organizaciones sociales y sobre todo un mayor arraigo de partidos de centro-izquierda.


Sin embargo, una buena parte de esta intelectualidad ha olvidado las diferencias interpretativas regionales y realiza una lectura del Gobierno de Rafael Correa desde una radicalidad -valida por supuesto- que no toma en cuenta desde donde se lo hace, a esta forma de interpretación se la puede denominar quiteñocentrismo, lo cual no es nada mas que pretender mirar con los ojos del país aquello que se ve desde un lugar específico, pero olvidando desde donde se lo hace.


En este sentido muchos de los análisis hechos alrededor del gobierno de Rafael Correa no se han hecho tomando en cuenta las diferencias de llegada en su discurso y se han construido desde un punto de partida -la Sierra y concretamente Quito- donde el acceso a infraestructura, política y al debate académico se ejercen de una manera más democrática por así decirlo; lo cual a su vez permite reclamar/rechazar y criticar el proceso político de la revolución ciudadana por considerarla poco progresista o traidora por no haber realizado las transformaciones profundas prometidas.


Ahora bien, por otra parte y a manera de bisagra interpretativa, tenemos un análisis breve de lo que este mismo discurso de Rafael Correa representa o significa para unas elites oligárquicas guayaquileñas, acostumbradas a un manejo vertical y clientelar de la política:


En el caso guayaquileño…

Desde 1992 el Partido Social Cristiano se convirtió en una fuerza hegemónica en la ciudad de Guayaquil, primero a través de las dos alcaldías de León Febres Cordero (1992-1996; 1996-2000) y posteriormente tres administraciones de Jaime Nebot (2000-2004; 2004-2008; 2008-2012). Ahora bien, es necesario entender cuál es y cómo funciona el poder de las elites de origen oligárquico en la ciudad, que les permite mantener una relativa hegemonía.

En primer lugar tenemos una relación orgánica entre las autoridades municipales y los gremios empresariales de la ciudad. A partir de la implementación del denominado “modelo de desarrollo” de Guayaquil, expresado en la regeneración urbana y en el traspaso de competencias del Estado central al local, se nota una mayor articulación entre el municipio y un sector empresarial ligado a la construcción[3]. De hecho, representantes de las grandes empresas constructoras de la ciudad han ocupado cargos importantes tanto en el Municipio como en el sistema de fundaciones[4]. Se puede señalar sin temor a equivocarse que un cordón umbilical une al Municipio, las Fundaciones y las empresas constructoras.

Un segundo elemento que le otorga legitimidad a las elites locales son las acciones caritativas que la Junta de Beneficencia de Guayaquil despliega a través de un entramado institucional (hospitales, asilos, escuelas, hogares para personas necesitadas, sociedades de beneficencia, etc.). Para las elites locales, la pobreza debe ser enfrentada desde acciones caritativas o individuales -los pobres son tales porque así lo decidieron-, no se trata de un problema de tipo estructural, por eso la renuencia de estos grupos a que el estado tome medidas redistributivas.

Un tercer elemento que también ayuda a comprender la hegemonía del PSC en la ciudad son las relaciones entre el Municipio y la Junta Cívica de Guayaquil[5] (JCG), institución que auspicia una de las mayores reivindicaciones locales: la autonomía de la ciudad frente al centralismo quiteño. Básicamente la JCG se ha convertido en la vocera política del municipio -defendiéndolo de los ataques del “centralismo”-, incluso las políticas públicas de la ciudad son diseñadas y tomadas de manera directa por el directorio de las fundaciones donde existe una representación de la JCG.

Un cuarto elemento son las características familiares de las personas ligadas al PSC, Junta Cívica, Junta de Beneficencia, Fundaciones, etc. Se trata -en su mayoría- de una elite aristocrática, ligada entre sí por relaciones de parentesco, elemento que genera cohesión y solidaridad, incluso más allá de las divergencias ideológicas y políticas. Los lazos de sangre, el parentesco y las alianzas matrimoniales permiten establecer relaciones muy sólidas, de tipo hereditario donde la familia se convierte en la instancia política por excelencia.

Amistad, clientelismo, paternalismo y el caciquismo son los ejes de estas familias, elementos que se recrean en el Club la Unión, Casino Internacional, Guayaquil Tenis Club, etc. Frente a lo que considera un ataque a la ciudad y por lo tanto al grupo, actúan de manera conjunta. La combinación entre grupos endogámicos, amistad, clientelismo y patronazgo conlleva a la indiferenciación entre espacios públicos y privados, dando lugar a que la política pública sea vista como una suerte de privilegio de estos grupos.

Un quinto elemento radica en la utilización del clientelismo, el chantaje y la “contratación” de líderes mafiosos para lograr la movilización popular a favor de las tesis de las elites. En el caso de los dos primeros mecanismos, básicamente se trata de la presión por parte de las autoridades municipales a todas las personas u organizaciones beneficiarias de manera directa e indirecta del proceso de regeneración urbana, como por ejemplo comerciantes de la Bahía, de los mercados o de los centros regenerados[6] (terminal terrestre, aeropuerto, etc.).

Con respecto a la “contratación de los servicios” de líderes mafiosos para lograr la movilización popular, el mecanismo implica que el líder, por lo general de una invasión de tierras, aparece como caritativo y dadivoso, pero al mismo tiempo como un hombre fuerte que convoca a marchas, movilizaciones, mítines, etc., a favor de la autoridad municipal; a cambio del respaldo político, las zonas controladas por el líder reciben trabajos de mejorías en el barrio, mientras que el líder aparece como candidato a alguna dignidad de elección popular[7].

Un sexto elemento es que las elites oligárquicas de la ciudad, expresadas en el PSC han logrado una legitimidad ideológica a través de la creación y recreación de la historia de Guayaquil, historia que legitima sus intereses y es reproducida por historiadores y difundida por el sistema escolar, así como medios de comunicación y sobre todo los denominados “tanques de pensamiento” como el Instituto de Economía Política (IEP) y el Instituto de Desarrollo Empresarial (IDE), el Archivo Histórico del Guayas y la Fundación Ecuador.

Finalmente, es necesario anotar que la supremacía electoral del PSC se debió sobre todo a una inmensa campaña mediática donde Jaime Nebot se mostraba a la ciudadanía como el reconstructor de la ciudad, después de la destrucción de Guayaquil por el “caos bucaramista”. Esta inmensa campaña mediática recurrió a un lenguaje maniqueo donde el progreso se superponía al atraso (representado en la administración del PRE); del orden al caos; civilización o barbarie. A más de ello es necesario anotar una empatía de ideas con la clase media local, que se expresó en el voto mayoritario de este sector por el PSC.

Ahora bien, esta hegemonía de las elites oligárquicas expresadas en el Partido Social Cristiano y encaramadas en el poder local se ve seriamente cuestionada cuando el primero de enero del 2007, asume la presidencia de la República, Rafael Correa Delgado.

La propuesta de Correa, la denominada Revolución Ciudadana, apuntaba a dejar atrás lo que se denominó “la triste y larga noche neoliberal”. Desde un inicio Correa identificó al “exitoso modelo de desarrollo de Guayaquil” como un residuo del pasado, de la partidocracia; por lo que era necesario emprender una serie de reformas para evitar el manejo patrimonial del Estado.

Pronto Correa se convierte en el principal detractor de las elites guayaquileñas y de los efectos perversos de este modelo, entre sus primeras medidas tenemos: un proceso de descorporativización del estado que implicaba la eliminación de la injerencia de actores gremiales en la política pública, en este sentido eliminó la representación que tenía la Junta Cívica de Guayaquil en la Comisión de Transitó del Guayas. Es más, con esto se puso en duda la legitimidad del sistema de fundaciones de la ciudad en cuyo directorio tienen representación la JCG y las cámaras de comercio, industrias, construcción, etc.

Un segundo elemento de la política correista es el establecimiento de un estado fuerte que recupere la capacidad de planificación pero que sobre todo no transfiera de manera indiscriminada sus competencias a los gobiernos locales; ello eliminaba la posibilidad de que el Municipio de Guayaquil asuma el manejo de bienes y servicios de competencia exclusiva del Estado como la electricidad, la telefonía, los puertos e incluso la seguridad. Ello no significó que se haya podido dar al traste con las transferencias de competencias como la del aeropuerto de la ciudad.

Un tercer elemento de la política Correista, como ya lo señalamos antes, fue la recuperación del papel central del estado. En esta medida el gobierno asumió nuevamente la competencia del Programa de Aseguramiento Popular (PAP), el cual dotaba de salud a las personas más pobres de la ciudad, beneficiarias del Bono de Desarrollo Humano.

Un cuarto elemento importante ha sido la consagración en la nueva Constitución de la prohibición de confiscación de las herramientas de trabajo de los vendedores ambulantes, con ello Correa logró la adhesión de uno de los pocos sectores sociales que han sido críticos frente a las administraciones socialcristianas. Pero además, la nueva Constitución reconoció los mismos derechos de un matrimonio a la unión estable de parejas -independiente del sexo de las mismas-, entre otros elementos.

Pero sobre todo las criticas de Correa han apuntado al manejo privado de fondos públicos a través de las fundaciones, a la exclusión que ha generado el denominado modelo de desarrollo de Guayaquil; al manejo corporativo de lo público; a la hegemonía de una elite oligárquica -expresada en la critica constante a los llamados pelucones- . En definitiva, la propuesta Correista plasmada en la nueva Constitución intenta generar un nuevo modelo económico, político y social contrapuesto al manejo patrimonial y corporativo desarrollado por el PSC en el municipio guayaquileño.

Es más la fuerza política de Movimiento País ha empezado a disputarle el poder a esta elite oligárquica, pero sobre todo le ha cortado la posibilidad de implementar uno de sus sueños más acariciados: el establecimiento de la denominada “autonomía al andar”, también conocido en las esferas académicas como proyecto Singapur, cuyo objetivo era la conformación de una especie de ciudad-estado en Guayaquil que se incorpore de manera directa al mercado mundial sin pasar por el Estado.

Ahora bien, es necesario anotar que las propuestas de Correa implican fundamentalmente un fortalecimiento del Estado, que en nuestro parecer poco tienen que ver con el socialismo, sin embargo, dado el carácter oligárquico del poder en Guayaquil, las políticas desarrolladas por el gobierno de la Revolución Ciudadana aparecen para la elite local y para cierto sector de la clase media como medidas propias de líderes comunistas trasnochados.

En otras palabras, los cambios -que se parecen más a regímenes socialdemócratas- y las críticas implementados por el Gobierno de Rafael Correa sobre todo en la ciudad de Guayaquil, son vistos como una especie de monstruo comunista que pretende acabar con la libertad y el progreso de la ciudad. Por ello no es casual que los principales opositores al gobierno de Correa provengan de una clase media despolitizada, unas cámaras empresariales que exigen un estado corporativo, un sector de la iglesia vinculada al Opus Dei y poco tolerante con las diferentes orientaciones sexuales, “viejitas peluconas” que ven en los representantes de la Revolución Ciudadana a resentidos sociales, gente educada pero poco culta, medios de comunicación y sobre todo un municipio que ya no puede acceder fácilmente al chantaje para obtener recursos estatales.

Para concluir…

Como entender/explicar ambos discursos, el primero (el quiteño) que habla de una revolución ciudadana centro derechizada, que ha olvidado a los sectores populares que lo pusieron en el poder, que establece políticas de corte socialdemócrata oenegético y que hablan de lo público en términos de eficacia, calidad y eficiencia con la obligación además de ser “buena onda”. El segundo (el guayaquileño) en cambio habla de restricciones al libre comercio, incautación de propiedad privada, autonomía administrativa, centralismo absorbente, etc.

En este sentido es que habría que entender como el discurso de Correa no implica ni significa lo mismo en todo el país, procesos diferentes de carácter estructural, de cultura política y de imaginarios son receptados de distinta manera por los intelectuales de izquierda, medios de comunicación y por unas élites oligárquicas tradicionales arrinconadas por lo menos de manera simbólica.

Ambas posiciones radicalizan su discurso para tener un mejor efecto de llegada en sus oyentes/lectores, como entender ambos discursos: ¿Es necesario que se reconcilien? nos parece que no, porque a su vez estos expresan diferencias antagónicas discursivas de clase y de sentido de construcción de mundo, pero también es urgente que el discurso crítico intente leer nacionalmente el país. Retomando a Barthes diríamos: es necesario reconciliarnos con lo real e intentar generar puntos de vista críticos que den cuenta de una realidad más compleja de lo que se ha venido haciendo hasta ahora.

Estaríamos hablando de una heterogeneidad discursiva estructural en términos de lectura del país, no podemos ni queremos pedirle a las oligarquías guayaquileñas que cambien su manera de pensar con respecto a lo que viene ocurriendo; pero si creemos que por lo menos desde la radicalidad progresista se intente elaborar lecturas mas abarcantes, sigue siendo necesario leer la historia en el sentido gramsciano para entender la política nacional, es decir, si no conocemos lo que pasa en nuestro país corremos el riesgo de arrinconarnos en nuestra prosperidad interpretativa crítica quiteña.



[1] Si quisiéramos ser exhaustivos deberíamos incluir además el eje austral y Cuenca en concreto. Así como también se podría hablar del eje amazónico e incluso de las diferencias intra-sierra (sierra norte, sierra centro, sierra sur) e intra-costa con las mismas diferenciaciones, pero esto sería parte de un trabajo de mayor envergadura que de cuenta de las diferencias en la recepción discursiva. Para este artículo nos concentraremos en Costa-Sierra intentando evidenciar que no son diferencias de forma obedeciendo más bien a lógicas históricas que rebasan la coyuntura actual.

[2] Sin dejar de decir que el centralismo haya operado también a favor de estos cambios, sin embargo, como explicar la mayor racionalidad administrativa urbana y de acceso a servicios públicos en casi todas las ciudades medias serranas en relación y en detrimento con las costeñas.

[3] Uno de los sectores más beneficiados del proceso de regeneración urbana es el de la construcción. Sólo entre el año 2000 y 2008 el presupuesto del municipio de Guayaquil fue de 2.679 millones de dólares, de los cuales -según el Cabildo- el 80% se utilizó en la construcción de obras; es decir, en 9 años se inyectaron al sector aproximadamente 2.143 millones.

[4] Por ejemplo, el primer Presidente del Directorio de la Fundación Siglo XXI encargada de la regeneración, fue Ricardo Palau Jiménez, dueño de la empresa Equidor; otro miembro del directorio fue Alfredo Mancheno, dueño de la inmobiliaria Bella María. El actual Director de la Dirección de Urbanismo Avalúos y Catastro (DUAC) y también vicepresidente de la Fundación es José Núñez Cristiansen, fundador de Etinar, una de las más grandes constructoras de la regeneración en Guayaquil. Incluso, Alberto Dassum, presidente de la Cámara de Industrias -y miembro de las Fundaciones Malecón 2000, Metrovía, Fundación Autoridad Aeroportuaria y Corporación para la Seguridad Ciudadana- es representante legal de la empresa Eurogres, encargada hasta el 2003 de la importación del porcelanato italiano utilizado en la regeneración.

[5] Esta institución nace en 1987 como un rechazo al “centralismo” y al mal manejo populista de la ciudad de Guayaquil, específicamente como un rechazo a la administración del Partido Roldosista Ecuatoriano. La JCG es una institución compuesta de “notables” que tienen múltiple membresías, pertenecen a las Fundaciones del Municipio de Guayaquil, a la Junta de Beneficencia, Cámaras empresariales y hasta organizaciones culturales y deportivas (Centro Cívico, Salinas Yacht Club). Entre los fundadores se encuentra la “crema y nata” de la elite local.

[6] Por ejemplo, para lograr el respaldo a las marchas convocadas por Jaime Nebot, las autoridades municipales suelen “invitar” a los comerciantes de la Bahía y de la red de mercados a participar en los mítines. A los comerciantes de la Bahía, les “recuerdan” gracias a quienes tienen los puestos, mientras que, en el caso de los mercados, ordenan a los administradores cerrar las puertas antes del horario establecido. Por ejemplo, para la marcha del jueves 24 en Guayaquil, Gustavo Zúñiga, director del Departamento de Aseo de calles y mercados, presidente de la Corporación de Seguridad Ciudadana (controla una red de 46 mercados municipales en donde laboran alrededor de 12.000 comerciantes) realizó trabajó proselitista (y quizá de extorsión) para que los vendedores del mercado salgan a la protesta.

[7] Un caso emblemático es el de Jaime Toral que ha vendido sus servicios al mejor postor, sobre todo al PSC; respaldó las campañas presidenciales de Jaime Roldós (1978), León Febres Cordero (1984) y la de Lucio Gutiérrez (2002). Otro ejemplo, es Zinaida Castro, hija de Carlos Castro, Consejera del PSC, controla algunos barrios del Guasmo. Ener Parrales, controla algunos barrios del norte de la urbe y apoyo al Alcalde en las diferentes movilizaciones en contra del gobierno de Rafael Correa. Otro dirigente es Balerio Estacio, quién controla zonas populares del norte de la ciudad, inicialmente respaldo al PSC, incluso actuó como guardia de choque frente a las protestas del MPD, FESE, y FEUE en contra la Metrovía. Hace un año fue electo Asambleísta por Movimiento PAÍS, partido del Presidente de la República Rafael Correa.